Para acceder a una cuenta o a un servicio online hay que conocer las claves, ya se llamen contraseña, usuario o ambas cosas. Con la rentabilidad de una cartera ocurre lo mismo: depende de dar con las claves que marcarán la evolución de los mercados. Suelen ser pocas, el problema es que no tienen por qué coincidir con las del año anterior y normalmente no es fácil dar con ellas.
Afortunadamente hay factores que siempre resultan claves y que no son tan difíciles de predecir. Por ejemplo, la política monetaria de los bancos centrales. En 2020 muchos analistas realizaron sus predicciones “enfrentándose a los bancos centrales”, es decir, en lugar de recomendar a sus clientes subirse a la ola de la liquidez, les dijeron que se mantuvieran al margen de la renta variable o que nadaran contracorriente (que vendieran). No es tan difícil entender que no se puede nadar contracorriente y llegar el primero.
Otra clave que siempre funciona es respetar las reglas, en este caso las de los mercados. Como la de no tomar decisiones de inversión en base al presente sino mirando a meses vista. El año pasado se cometió a menudo el error de recomendar no invertir “porque todo está muy mal”, cuando eso era precisamente lo que generaba la oportunidad de compra (en mayo ya se sabía que seguramente habría una vacuna para el COVID).
Otra clave que suele funcionar es no hacerle demasiado caso al consenso. El año pasado el consenso de analistas no solo insistía en mantenerse al margen de las bolsas sino también decían que el sector tecnológico estaba sobrevalorado (asunto sobre el que insistimos con la postura contraria muy frecuentemente desde estos “Cuadernos”). Los analistas lo decían todos los años y todos los años se han equivocado.
Esto no significa que el consenso se equivoque siempre. Se trata simplemente de no tener miedo a tener opiniones propias y ser conscientes de que la del consenso tiene tantas o más probabilidades de fallar que de acertar. Es lo que nos muestra la estadística desde que existen los mercados.