“Con los tipos de interés en niveles históricamente bajos, lo más inteligente que podemos hacer es pensar a lo grande”. Es exactamente lo que dijo Janet Yellen en su reciente comparecencia ante el senado de EE.UU. Sólo le faltó decir “y el que venga detrás, que arree”, que supongo que en inglés habría sonado rarísimo.
No es una crítica, es sólo una constatación: la estrategia para compensar las consecuencias económicas de confinamientos y limitaciones de la movilidad se puede definir de forma muy breve y muy clara: fabricar dinero en grandes cantidades, pedirlo también prestado en cantidades iguales o mayores y que sean las generaciones futuras las que se hagan cargo de las consecuencias de esa política monetaria y de pagar esa deuda. Una vez se decidió cerrar literalmente la economía probablemente sea la única política posible para evitar que se destruya el tejido productivo y haya una depresión económica de proporciones desconocidas.
Consecuencias de esta política tendrán que manejarlas los ciudadanos que estén pagando impuestos dentro de 10 o 15 años, los pensionistas y los políticos que se tengan que enfrentar al vencimiento de esa deuda. A corto y medio plazo la deuda no genera problema alguno, porque gracias a los bancos centrales se emite con un tipo de interés mínimo o incluso negativo. Si pides prestados 1.000 millones y no tienes que devolver un céntimo hasta dentro de 10 años, ni devenga ningún tipo de interés, ¿qué problema tienes ahora? Ninguno.
Para evitar malentendidos, permítanme aclarar que no critico la estrategia. Soy asesor financiero y mi misión no es criticar la forma en la que se ha gestionado la pandemia sino establecer si lo que se está haciendo es bueno o malo para las bolsas, los bonos u otros activos financieros donde coloca la gente sus ahorros. Y en este sentido mi opinión es muy clara: la estrategia de “me gasto lo que tengo y lo que no y el que venga detrás que arree” es muy buena para las bolsas aunque sea muy mala para “el que viene detrás”.
Y Yellen lo tiene claro: con los tipos de interés en niveles históricamente bajos y siendo el país con mayor calidad crediticia del mundo y la divisa de referencia mundial, habría que ser tontos para no aprovechar la oportunidad y endeudarse hasta las cejas a un coste realmente bajo. Lo tiene tan claro que en su comparecencia no descartó la posibilidad de emitir bonos con vencimiento a 50 años.
Con la caja llena, barra libre para incrementar el endeudamiento y con el partido demócrata controlando ambas cámaras —aunque con un margen muy estrecho—, la fiesta del gasto y la inversión pública va a ser histórica. Biden ya ha anunciado un programa de construcción y renovación de infraestructuras por importe de 1,3 billones de dólares para los próximos tres años, pero hay economistas que calculan que podrían llegar a ser hasta tres billones en diez años. Y la nueva administración quiere lanzar ya un nuevo programa de ayudas por importe de 1,9 billones de dólares. Estamos hablando de dinero que en gran parte son cheques que les llegan directamente a los norteamericanos a su domicilio.
Si a eso añadimos el dinero emitido y que seguirá emitiendo durante una temporada la Reserva Federal, tenemos no uno, sino varios “tsunamis” de liquidez llegando al sistema financiero y a la economía: el de la Fed, el de las ayudas y el del programa de infraestructuras. Por eso resulta extraño ver cómo hay tantos analistas que no se dan cuenta de que, si bien es cierto que todo esto tendrá malas consecuencias en el largo plazo, a corto plazo es auténtico maná para las bolsas.
En realidad gran parte de esto ya está descontado en las cotizaciones bursátiles porque igual que hay analistas que no se han dado cuenta de la magnitud de este tsunami de liquidez hay otros que sí. Pero queda recorrido. Falta ver cuál es el efecto económico y bursátil del momento en el que se junten los tres “tsunamis” y coincida con el fin de la pandemia y el fin de las restricciones al movimiento y al contacto físico.
No es de extrañar que el tipo de interés del bono americano haya pasado del 0,72 % que cotizaba a inicios del cuarto trimestre del año pasado al 1 % en la actualidad. Y eso pese a que la Reserva Federal sigue comprando bonos a mansalva (1).
Para ponerle números a lo anterior utilizaremos las predicciones de una entidad financiera que desde luego conoce bien la economía norteamericana. Según Goldman Sachs, este año el PIB de EE.UU. crecerá un 6,6 %, gracias al impulso del segundo semestre (cuando nosotros calculamos que se juntarán las tres olas del “tsunami”). Y el desempleo será del 4,5 % a final de año (desde el 6,7 % actual). La economía norteamericana estaría más o menos donde estaba antes de la pandemia pero con un nivel de liquidez —“gasolina”, si me permiten la comparación— muy superior.
Lo que va a tener su gracia es cuando la Fed deje de comprar y el mercado de bonos se de cuenta que ni la oferta monetaria ni la deuda han sido nunca tan elevadas y que los planes de expansión dejan pálido al famoso Plan Marshall. Pero de eso ya hablaremos en otra ocasión
Lecciones del “think big” para una cartera de fondos
- Es importante distinguir qué tipo de fondos de inversión se van a beneficiar del “think big”. Podrían ser muy distintos de los que se han beneficiado de la pandemia.
- Habrá que decidir, si fuera el caso, cuándo será el momento adecuado de tomar posiciones en sectores y empresas especialmente perjudicados por las medidas de confinamiento y distanciamiento social.
- Podría darse la circunstancia de que el “think big” de los EE.UU. beneficia incluso más a otros países que a la propia Norteamérica.
- Habrá que tener mucho cuidado con los fondos que invierten en bonos de largo plazo. Y no olvidar que lo que hagan los bonos norteamericanos influye en los del resto del mundo, y muy especialmente en los de Latinoamérica.