A finales de los años 80 Estados Unidos tenía un serio problema con la deuda de varios países latinoamericanos. Bueno, en realidad el problema lo tenían los grandes bancos norteamericanos, que habían prestado dinero a esos países.
Así que un secretario del tesoro, que se llamaba William Brady, organizó un plan para solucionar el problema. Y así nació el Plan Brady, cuya concreción práctica fueron los “bonos Brady”. Está claro que no se devanaron los sesos para la cuestión de los nombres, pero la operación salió muy bien.
¿En qué consistió el Plan Brady? Básicamente en que con los préstamos impagados o cuyo destino era el impago se crearon unos bonos —los bonos Brady, obviamente— que tenían varias ventajas.
En primer lugar, la de ser negociables en bolsa. Eso facilitó el establecimiento de un valor claro y comúnmente aceptado por el mercado, que es lo primero que hay que hacer cuando se quiere reestructurar una deuda. La segunda ventaja es que permitió sacar esa deuda de los balances de los bancos, lo que aligeró su mochila bursátil y , muy importante, liberó recursos para que los bancos pudieran seguir desempeñando su función como proveedores de crédito al sistema.
Además, a los bonos se les incorporaron ciertas garantías que no tenían los créditos originales, lo que automáticamente mejoró el valor de unas deudas que, cuando solo eran préstamos, el único avalista era el mismo país que los había solicitado y ahora planeaba no pagarlos. Obviamente los bancos asumieron cierta pérdida sobre el valor nominal de los créditos, es decir, no pensemos que una restructuración de deuda sale gratis.
La pregunta es si será en algo así en lo que confían muchos países para poder hacer frente a la monstruosa deuda que ha generado la gestión económica del coronavirus. Porque, sin entrar en si se podía haberse hecho mejor o no, lo que está claro es que la forma de gestionar el impacto económico del coronavirus podría definirse con la famosa frase de “el que venga detrás, que arree”.
Gracias a tipos de interés artificialmente bajos, creados “ad hoc” por los bancos centrales para hacer frente a la pandemia, las economías avanzadas han podido endeudarse hasta la médula y pasarles la deuda a las generaciones posteriores. Salvo que, centrándonos en el caso europeo, por ejemplo, Christine Lagarde se convierta en la nueva Brady.
Es previsible que en algún momento no sea sólo Italia quien pida que se perdone / reestructure parte de la deuda. No olvidemos que ahora son muchos los que han disparado su endeudamiento hasta la estratosfera.
¿Sería posible? ¿Se podría borrar de un plumazo parte de la deuda europea con una operación parecida a la que realizó el secretario del tesoro Brady?
Lo que seguro que es imposible es dar ahora mismo una respuesta, pero como inversores tampoco nos hace falta complicarnos tanto la existencia. Lo que nos importa es analizar cómo podría tomarse el mercado de bonos que se empiecen a verbalizar este tipo de planteamientos, es decir, como puede afectar al precio de los bonos que se hable de ello, porque afectaría a los fondos de renta fija.
De entrada, el sentido común nos dice que empezar a hablar de quitas o reestructuraciones de deuda no sería bueno. Especialmente porque los precios de los bonos son altísimos y si hubiera que organizar algún tipo de reestructuración de deuda lo normal es que fuera a cambio de un precio menor y un tipo de interés superior (2), tipo “te perdono parte de la deuda, pero me pagas más intereses”.
Uno de los elementos que levanta la sospecha de que ahora pudiera haber un movimiento de cierto calado en esa dirección es el que se ha venido en llamar “El gran reseteo” (“The Great Reset”).
Lo primero que llama la atención es que lo plantea una organización multinacional importante, el “World Economic Forum”. No es un Think Tank desconocido o creado “ad hoc” para lanzar un globo sonda.
En segundo lugar llama a la atención la forma en que se está planteando. Por supuesto nadie habla directamente de resetear la deuda, ni de realizar una quita, ni de reestructurarla. Se habla de cosas genéricas, todas ellas muy loables, cuyo objetivo suele ser predisponer a la opinión pública, en esta caso a ese gran “reseteo global” cuyo objetivo principal es, en palabras de los promotores, “la urgente necesidad de los interesados en manejar globalmente las consecuencias de la crisis del COVID para mejorar la situación del mundo”.
Tampoco se habla más adelante de la deuda, sino de “replantearse la dirección de las economías nacionales, la prioridad de las sociedades, la naturaleza de los modelos de negocio y el manejo de las cuestiones globales”. No me negarán que una vez establecidos objetivos tan loables y una vez suficientemente interiorizados y aceptados por la ciudadanía, sería posible incluir el concepto de disminuir la carga de deuda que recae sobre futuras generaciones. O algo así.
Vaya por delante que yo no juzgo si eso está bien o mal. Ni siquiera entro a juzgar si está bien o mal pasarle la carga del COVID a nuestros hijos o incluso a nuestros nietos. Son cuestiones éticas que no entran en el campo de actividad de un asesor financiero (aunque evidentemente tenga una opinión personal al respecto). Mi misión es, insisto, valorar las posibles consecuencias sobre los precios de los bonos de que el “gran reseteo” pudiera ir dando paso a la “gran restructuración” de deuda. Porque, como decía el famoso empresario Lee Iacoca, “en los negocios solo sobreviven los paranoicos”.
Estrategia frente a un posible “Gran Reseteo” de deuda
Como hemos comentado, de ocurrir algo así será dentro de mucho tiempo y por el momento lo único que es factible es que se hable del tema.
Si se empieza a hablar de ello pueden ocurrir dos cosas: que se hable a alto nivel o que se quede en conversaciones de bajo nivel. O en tema de controversia para tertulias, medios de comunicación y redes sociales.
En el segundo caso el impacto sobre el precio de los bonos sería muy reducido o nulo, pero en el primero sí que tendría impacto. Por ejemplo, si se habla a nivel del Banco Central Europeo, de la Reserva Federal o de los gobiernos.
Personalmente no creo que se vaya a hablar a un alto nivel, al menos a corto y medio plazo. Y no lo creo porque los políticos miran a corto plazo y la carga que pueda caer sobre generaciones posteriores les trae más bien al pairo. Ellos no tienen ningún problema, puesto que esa deuda se ha emitido con tipos de interés cero o negativos, con lo cual no afecta a los presupuestos del año y ni a los del que viene ni a su posible reelección. Afectará a los que tengan que devolver la deuda dentro de 10 o 15 años. Ellos sí que van a tener un grave problema.
Lo que sí podría afectar a los precios y aconseja ser prudentes es el hecho de que ese tipo de conversaciones podrían coincidir con el momento en el que los bancos centrales —o centrándonos en el caso europeo, el Banco Central Europeo— empiecen a dejar de comprar bonos, cosa que harán tan pronto la economía se estabilice. Ese ya de por sí sería un escenario bajista para los bonos, como es lógico, pero si va acompañado de demandas de varios países europeos para la quita de la deuda sería lluvia sobre mojado.
Y eso es lo que tienen que vigilar los inversores o sus asesores. Y comprobar si los fondos de renta fija que tienen en cartera son vulnerables a ese tipo de volatilidad.
La mayoría de los inversores ya han visto que los llamados fondos de renta fija no son tan “fijos” y que pueden sufrir importantes oscilaciones en el precio. Hasta ahora lo que han visto son oscilaciones más bien al alza, con algún episodio bajista ocasional. Pero si los bancos centrales dejan de comprar bonos y además se empieza a poner en duda la sostenibilidad de la deuda, podrían producirse episodios bajistas de mayor envergadura y duración. De ahí la necesidad de vigilar la composición de cartera de los fondos de renta fija que tiene cada inversor.