En primer lugar, porque hay ocasiones en las que no es que una divisa esté peor, sino que la contraria está mejor. El euro se ha quitado un enorme peso de encima. Un peso holandés y otro francés, concretamente, aunque este último esté pendiente de confirmar. El mayor problema del euro no es la economía: es la política. Con todos sus defectos, comparadas con Norteamérica la estructura de las economías de la eurozona no está tan mal. Grecia es la excepción, pero dado que el resto ha decidido mantenerla en el grupo y pagar la factura con cargo al contribuyente tampoco es un gran problema, al menos por ahora.
La gran diferencia entre la divisa norteamericana y la europea está en que, gane quien gane en Norteamérica unas elecciones, ni se le pasa por la cabeza “salir” del dólar. Pero no se puede decir lo mismo de Europa. Y en Europa hay posibilidades reales de que quienes quieren volver a las monedas nacionales lleguen a gobernar, sea solos, sea en compañía de otros. Así que cada vez que se aleja el peligro, aunque sea de forma temporal, el euro recupera credibilidad y la credibilidad es el factor más importante en una divisa.
En el otro bando, en el del dólar, tenemos a Trump en modo “off”, y cuando se apaga el interruptor del programa económico del presidente, cuando surgen dudas sobre su implementación, se enfrían el “reflation trade” y el “Trump trade” y, con ellos, la cotización del dólar. En el planteamiento actual de los mercados la fortaleza del dólar va unida a la fortaleza de Donald Trump. Un Trump fuerte es crecimiento económico, y en un país en pleno empleo eso significa inflación, que obliga a subir los tipos de interés. Y si suben los tipos de interés, atraen dinero hacia el dólar, porque los tipos de interés son el precio del dinero y el dinero va allí donde mejor le pagan. Así que cada vez que el mercado pierda la esperanza en Trump o en su capacidad de dar lo que promete se desinfla el “Trump trade”, es decir, se desinflan Wall Street y el dólar.
Finalmente está el BCE, o más bien la presión de Alemania sobre el BCE. Los alemanes quieren tipos más altos porque su economía – y los depósitos de sus prudentes ahorradores – los necesitan. Y el mercado tiene miedo de que Draghi sucumba a esa presión e inicie el “tapering” europeo antes de lo aconsejable, es decir, la recogida de velas en el proceso de estímulo monetario, más conocido como Quantitative Easing (QE) Y para que el dólar siga subiendo es necesario que los tipos se queden donde están en Europa. Y últimamente hay ciertas dudas al respecto.
Consciente de esto – y de que la divisas las carga el diablo – en mi anterior informe les decía que, para los europeos, el mejor momento de comprar dólar es cuando el tipo de cambio euro–dólar rompa a la baja el nivel 1,05. Eso significaría que el euro pierde toda su fuerza y tira la toalla porque:
- Se despejen las dudas sobre la capacidad de Trump para implementar su programa.
- El repunte de la inflación en Europa se compruebe que se debe solo al repunte del precio del petróleo.
- Se rompe a la baja el canal en el que se movía la cotización, confirmando que toma rumbo a la par (con una pequeña ayuda adicional de la Reserva Federal USA).
Dicho lo anterior, hay dos formas de comprar el dólar: la más arriesgada pero probablemente la más rentable es hacerlo en la parte alta del canal – en el entorno de los 1,08 dólares por euro – y la más conservadora, que es la que mencioné en mi informe anterior: cuando se confirme que retoma la tendencia bajista rompiendo el nivel 1,05. Yo estoy esperando a ese evento. Dicho esto: no crean que no me tienta ser más agresivo y comprarlo ahora mismo.