Las portadas del “Economist” son únicas. Y esta que les mostramos hoy es de las buenas. Ejemplo de que una imagen vale más que mil palabras.
Muestra en una imagen qué es lo que ha asustado a las bolsas y al mercado de bonos. Viene a decir que el programa económico de Trump – al volante – es como meterle el “turbo” a un motor – la economía USA – ya de por si caliente y que rueda en directa. Y que eso puede acabar mal.
La economía americana crece a buen ritmo. Ha alcanzado el nivel de pleno empleo. Algunos inversores han llegado a la conclusión que, si ahora se aplica un programa de reducción masiva de impuestos (aprobado) y otro de reparación y construcción masiva de infraestructuras (presentado), el resultado podría ser un calentón importante del motor económico norteamericano. Incluidas fuertes demandas salariales que podrían disparar la inflación. Es lo que ha anticipado el mercado de bonos cayendo a plomo y lo que ha asustado a la bolsa. Porque las bolsas le tienen más miedo a las subidas de tipos de interés que a ninguna otra cosa. Pero con un matiz: le tienen miedo a una fuerte subida de tipos que sea disruptiva o excesiva para la economía, no a subidas moderadas y graduales.
Para no desviarnos de lo más importante, vamos a dejar para otro momento la explicación del porqué de ese temor y nos centraremos en analizar si ese miedo tiene base real y si la consecuencia de ese mayor crecimiento va a ser una inflación desbocada que obligue a la Reserva Federal a subir fuertemente los tipos de interés. Porque, si así fuera, sería el fin de la tendencia alcista actual de la bolsa USA y afectaría al resto. Por el contrario, si no fuera así, a las bolsas les quedaría recorrido. Así de simple y así de importante es la cuestión.
Quienes piensan que “esto es todo amigos” consideran que estamos ante una repetición de lo que ocurrió a finales de los años sesenta, cuando, en 1964, después de un largo periodo de baja inflación y con el paro en el 4% , el presidente Kennedy firmó una importante bajada de impuestos. A continuación, su sucesor, Lyndon B. Johnson, disparó el gasto público para hacer frente a la escalada militar en Vietnam. El resultado fue que se disparó la inflación.
Aunque las similitudes con el momento actual son importantes, las diferencias también. Para empezar, en los sesenta el poder de negociación salarial era muy superior al actual, con un tercio de los trabajadores unidos en sindicatos. Hoy esa cifra no llega al 11%. Y sobre muchos de estos trabajadores pende la amenaza de la robotización y la inteligencia artificial, que reduce la capacidad de negociación de los amenazados.
Por otra parte, y como estarán aburridos de escucharme decir, la revolución digital es desinflacionista. La competencia que genera es brutal y tira de los precios hacia abajo, incluidos los de los proveedores y los de la competencia “física”.
Además, ahora estamos inmersos en una auténtica revolución industrial. En los 60 hubo mejoras tecnológicas, cierto, pero nada que ver con el cambio brutal que estamos viviendo. Y en los sesenta tampoco había el nivel de globalización que tenemos ahora ni la competencia que eso genera entre trabajadores. En otras palabras: por el momento no hay presión salarial suficiente para que se dispare la inflación de salarios, que es la más peligrosa.
Por el momento no hay presión salarial suficiente para que se dispare la inflación de salarios, que es la más peligrosa.
De hecho, como vemos en el gráfico nº 2, no estamos en niveles elevados en cuanto a incrementos salariales, históricamente hablando. Fueron superiores en muchos periodos de la década de los 90 y, en términos generales, solo fueron más bajos entre el año 2010 – en plena crisis – y ahora. En los 90, otro periodo parecido al actual, la inflación se mantuvo tranquila en el entorno del 2%, incluso con subidas de los salarios.
Grafico nº 2: los salarios no están subiendo por encima de la media histórica y, cuando suben, es sobre todo para la minoría que más gana.

Otra cuestión, también tratada en informes anteriores, es la brecha salarial que existe en los EE.UU. Y no entre mujeres y hombres, sino entre mejor y peor pagados. Lo vemos en el gráfico nº 2, concretamente en el de la derecha: el grueso de los asalariados no sólo no ha visto subir sus salarios últimamente, sino que, de hecho, lleva un año viendo como bajan.
Como comenté hace tiempo, en EE.UU. ya se puede hablar de que hay básicamente dos clases sociales: una clase alta/media alta y una baja/media baja. La clase media “pura” está desapareciendo. Esto significa que esa clase media baja y baja, que puede suponer más del 60% de la población al que, además, no le suben el sueldo, no se le puede subir el precio de lo que compra, porque no podrían pagarlo y dejarán de comprarlo. En otras palabras y exagerando un poco: se puede subir el precio de los Ferrari, de las casas en Malibú o de los IPhone, pero no los de los productos que se venden en Wal Mart. De momento la inflación se aprecia más en la mitad “rica” de la economía.
Ahora en EE.UU. se puede subir el precio de los Ferrari, de las casas en Malibú o de los IPhone, pero no los de los productos que se venden en Wal Mart.
Luego está la cuestión de la productividad. Tarde o temprano, las mejoras en la robotización y la Inteligencia Artificial reducirán el numero de personas que se necesitan para fabricar un producto o vender un servicio. No creo que esto signifique que aumente el paro, porque la economía está creciendo y, además, ocurrirá como ocurrió con los ordenadores en los años 90: que se pensaba que dispararían el paro y no fue así.
Pero los ordenadores dispararon la productividad y limitaron el crecimiento del empleo y la presión salarial. La robótica y la IA seguramente tendrán un efecto parecido. Ya hay signos de que el incremento de la productividad, que llevaba tiempo estancado, podría estar aumentando. En cada trimestre de 2017 ha sido superior en un 1% al mismo trimestre del año anterior.
Los ordenadores dispararon la productividad, limitaron el crecimiento del empleo y la presión salarial. La robótica y la IA seguramente tendrán un efecto parecido.
Finalmente está el cambio de modelo energético. Coches eléctricos, enormes hélices para generar energía eólica, progreso constante en el abaratamiento de las placas solares, “fracking”…. Salvo una guerra en una importante zona productora, a la OPEP le quedan pocas cartas para conseguir que suba de forma consistente el precio del petróleo.
El resumen es sencillo y, al menos de momento, esperanzador: la inflación no tiene porque aumentar significativamente en los EE.UU. a uno o incluso dos años vista. El temor a que repunte con fuerza a corto plazo es, en mi opinión, exagerado y, en consecuencia, también es exagerado el temor a un cambio de tendencia bursátil.